LIBROS. Digital y papel

Gutenberg arruinado

Los historiadores señalan el inicio de la Edad Moderna en un par de hitos sucedidos durante el siglo XV: la llegada de las tres caravelas capitaneadas por Cristobal Colón a tierras americanas y la invención de la imprenta por parte de Johannes Guttenberg.
Al margen de las fechas concretas y de los constantes artículos e investigaciones que señalan que, ¡oh cielos!, la imprenta la inventó en realidad otra persona, resulta curioso repasar el periplo vital de Gutenberg en los años finales de su vida.
Podría pensarse en un primer momento que el alemán tuvo que ganar mucho dinero con su artilugio creado con unos 150 tipos móviles que usaba con una prensa de uvas modificada, pero no fue así.

Johannes Gutenberg.

Johannes Gutenberg.

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Sherlock Holmes y el Dr. House

Joseph Bell.

Joseph Bell.

Es difícil que una persona real inspire a un personaje de ficción. Pero todavía lo es más que inspire a dos.
Joseph Bell era profesor en la Facultad de Medicina en la Universidad de Edimburgo. Se trataba de un hombre con una inteligencia portentosa y una capacidad deductiva sin comparación. Observando a quien tuviera ante sí, era capaz de concluir qué males le afectaban, qué oficio tenía o su lugar de procedencia. Se fijaba en detalles como la forma de hablar o caminar, la vestimenta o el aspecto físico. Y no solía fallar. (más…)

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Muerte de un poeta soldado

Hay tiempos convulsos en los que las vidas de artistas, emperadores y religiosos pueden cruzarse.
Fue el caso de uno de los grandes poetas de nuestra literatura, Garcilaso de la Vega. No contamos nada nuevo de Garcilaso si decimos que fue soldado y hombre de relevancia política en la corte de Carlos I, que le tuvo en mucha estima (casi siempre).
El caso es que el autor de versos como ése que dice “Escrito está en mi alma vuestro gesto” o ese otro de “Oh dulces prendas por mi mal halladas”… tuvo una vida llena de batallas (de las de aceros y de las de besos).
Cuentan que murió Garcilaso en medio de la guerra que enfrentaba al emperador Carlos y al rey francés Francisco I. El poeta era ya por entonces maestre de campo de un tercio de infantería, con unos 3.000 hombres a su mando. Sin embargo, pese a su alto rango militar, fue el primero en intentar tomar al asalto una fortaleza con la única ayuda de un pequeño escudo (rodela). Pasó lo que tenía que pasar y una de las piedras que lanzaron desde lo alto los defensores le hizo caer al foso, herido de gravedad.
El poeta no murió inmediatamente, sino que fue trasladado a Niza, donde le cuidó su amigo Francisco de Borja, que llegaría a ser máximo responsable de la orden religiosa de los Jesuitas y santo.
Dicen también que el Emperador, enrabietado por su muerte, mandó ahorcar a todos los defensores de la fortaleza francesa una vez que fue conquistada.
Sí, tiempos convulsos, en los que las letras, la política, la guerra y la religión iban de la mano. En realidad, casi como ahora.

Por cierto, hasta Alberti reconoció su fascinación por Garcilaso y le escribió este poema:

Si Garcilaso volviera,
yo sería su escudero;
qué buen caballero era.

Mi traje de marinero
se trocaría en guerrera
ante el brillar de su acero;
qué buen caballero era.

¡Qué dulce oírle, guerrero,
al borde de su estribera!
En la mano, mi sombrero;
qué buen caballero era.

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