La hija de la que mandó construir el Pazo de Meiras o quien se quedó con ese pazo años después. O fue su hija, Blanca Quiroga de Pardo Bazán, o fue la mujer de Franco, la famosa Carmen Polo. Alguna de las dos tuvo que ser la que destruyera esas cartas de amor. O las dos, quien sabe. Lo cierto es que las cartas que Benito Pérez Galdós dirigió a Emilia Pardo Bazán han desaparecido. Y tuvieron que ser muy golosas… (más…)
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Hasta para ser poeta hay que nacer rico. Algo así pudo pensar Miguel Hernández cuando andaba desesperado por lograr la gloria literaria en aquel Madrid de la década de los 30 previo a la Guerra Civil. Hasta cinco viajes hizo el de Orihuela a la capital en busca de un reconocimiento y una fama que, al final sí, le llegaron… aunque justo antes de julio del 36.
El caso del autor de ‘El rayo que no cesa’ me lleva siempre a la comparación con otros escritores. Porque si Miguel Hernández tuvo que buscarse sus oportunidades sin apenas ayudas familiares, hubo otros poetas que las tuvieron hasta el punto de que les garantizaron ingresos suficientes para trabajar su talento y alcanzar la citada gloria de las letras sin tantos sobresaltos.
Familia Hernández-Gilabert.
Sin ir más lejos, un coetáneo suyo: Federico García Lorca. Su padre llevaba muy mal que no sacara la carrera de Derecho. Pero tuvo paciencia y financió las necesidades de su hijo. Al final, gracias a la ayuda de su hermano y de algunos conocidos del poeta en la universidad, logró sacar (recibir como regalo, más bien) su título en Derecho. Federico tuvo tiempo y dinero para que su descomunal talento se abriera paso.
Familia García Lorca.
Muchos siglos antes, unos veinte siglos exactamente, hubo otro poeta que se sirvió del dinero de su padre para poder dedicarse al noble arte de juntar versos. Fue Ovidio Nasón (sí, el que Quevedo utilizó para llamar narizotas a Góngora).
En este caso, el padre tenía muchas fincas, y quería que su hijo se dedicara también a los menesteres del Derecho. Pero Ovidio tiraba por la lírica, ante los reproches de su padre, quien le recordaba que el más grande de los poetas, Homero, había muerto pobre de solemnidad.
El poeta romano le contestaba al padre en ‘Tristia’, su poemario más autobiográfico:
“Parce mihi, nunquam versificabo, pater!”.
Que, en versión libre, podría traducirse por “¡Perdóname, padre, nunca más haré versos”. Le decía al padre que no iba a hacer más versos… a través de unos versos. Vamos, que poeta y vacilón.
Aunque no de forma directa, las propiedades del padre sirvieron a Ovidio, al heredarlas, para vivir sin preocupaciones y dedicado a la poesía. Después fue desterrado por el emperador Augusto, pero eso es otra historia.
Fijaos si fue diferente el apoyo de los padres en los tres poetas que, al enterarse de la muerte de su hijo tras una agonía en varias cárceles franquistas, el padre de Miguel Hernández debió de comentar algo así como:
-Él se lo ha buscado…
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Escuché una vez en la universidad a una muchacha afirmar que no había más poesía que la poesía de amor. Y lo soltó así, sin anestesia ni nada. Me dispuse a contestar, pero en el último instante previo a articular palabra algo me animó a guardar silencio. “Total, ¿para qué?”, me dije.
Eso de que la poesía comienza y acaba en el amor es una idea que me ha repiqueteado siempre. Igual la muchacha universitaria tenía un concepto del amor muy amplio y entendía también por amor la lucha por el prójimo, por la justicia, así como el odio, la exaltación de la patria o las divagaciones surrealistas. Vaya usted a saber… (más…)
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En su biografía ‘Confieso que he vivido’, Neruda comentaba lo siguiente sobre los poetas que trataban de abrirse camino y publicar:
“Cuánta obra de arte… Ya no caben en el mundo… Hay que colgarlas fuera de las habitaciones… Cuánto libro… Cuánto librito… ¿Quién es capaz de leerlos?… Si fueran comestibles… Si en una ola de gran apetito los hiciéramos ensalada, los picáramos, los aliñáramos… Ya no se puede más… Nos tienen hasta la coronilla… Se ahoga el mundo en la marea… Porque la verdad, si esto sigue, los poetas publicarán sólo para otros poetas… Cada uno sacará su plaquette y la meterá en el bolsillo del otro… su poema… y lo dejará en el plato del otro…”.
Ya… pero él, de joven, antes de cumplir los 20, publicó la obra ‘Crepusculario’ y pocos meses después su archifamoso libro ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’.
Supongo que a él, en aquel momento, se la traería al pairo un comentario como el que escribiría años después. En TintaMala pensamos lo mismo. Escribamos, publiquemos, aunque sean “libritos” y aunque publiquemos sólo para que otros poetas, para que otros escritores/as nos lean.
El Neruda joven no hizo caso del viejo.
Luchó por publicar sus versos, para que fueran conocidos y llegaran a millones de personas en todo el mundo…
Y qué gran favor nos hizo.
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