LIBROS. Digital y papel

Los libros españoles de Marilyn Monroe

Arthur Miller, el autor de la descorazonadora obra de teatro ‘La muerte de un viajante’, estuvo casado con Norma Jean, más conocida por su nombre artístico: Marilyn Monroe.

Si consultáis en Google, veréis que son habituales las fotografías de esta famosísima actriz leyendo algún libro. Incluso en alguna de las instantáneas tiene una posición forzada y con una vestimenta que invita más a otros entretenimientos que al de la lectura.

Pero, pese a todo, lo suyo con la literatura no era pose. Era una lectora habitual y, mientras estuvo casada con Miller, éste no hizo más que potenciar y orientar una afición que la muchacha traía de serie.

Marilyn Monroe leyendo 'Ulyses', de James Joyce.De hecho, en el año 99 la casa de Christie’s sacó a subasta los libros que dejó en su biblioteca la malograda actriz. Nada menos que 400 volúmenes. Tampoco es una cifra enorme, pero sí lo suficientemente grande como para comprobar su afición por las letras.

En el catálogo que prepararon para esa subasta, concretamente registrados con los números 264 y 268, había dos obras de poesía: una antología de Alberti y ‘Poeta en Nueva York’, de Lorca.

Jean Leon.Ceferino Carrión, también conocido como Jean León, fue un hostelero de Santander propietario del restaurante La Scala en Beverly Hills. Amigo de la actriz, confirmaba su afición a la lectura y también dijo que ella le hablaba a menudo de poetas españoles o de pintores como Picasso, Goya o Velázquez.

La última comida que pidió Marilyn antes de su muerte le fue llevada a su casa por el servicio de catering de La Scala.

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El hambre de Bécquer y Cela

El hambre es mala consejera y, ya se sabe, cuando entra por la puerta hace que el amor salte por la ventana.
Y la historia está plagada de ejemplos que demuestran que el oficio de escritor no es precisamente una de las mejores opciones para conjurar el riesgo de que el amor salga por la ventana.
Muchos virtuosos de la pluma han tenido que buscarse otros sustentos complementarios, porque lo que con sus libros ganaban no era suficiente para una vida digna. Incluso, hoy en día, se sigue escuchando por ahí esa recomendación que aconseja encontrar un empleo ajeno a las letras que permita un sueldo para sobrevivir y, a la vez, deje el tiempo necesario para continuar con la literatura.
Como estos tiempos de ahora mismo son tan históricos y tan importantes como cualesquiera ya pasados, este dilema ya se les presentó a otros con anterioridad.
Los hay que cuentan del bueno de Miguel Cervantes que los últimos años de su vida se dedicó a ser proxeneta de las mujeres de su familia… quién sabe.
Resulta curioso comprobar cómo dos escritores conocidísimos dentro de nuestras letras, Gustavo Adolfo Bécquer y Camilo José Cela, dieron una misma respuesta a esa necesidad económica. Uno en el siglo XIX durante la época de Isabel II y el otro durante el Franquismo.
Ambos se ganaron la vida como censores. Sí, controlando y recortando lo que escribían los demás.
Ya lo dijo otro poeta, Miguel Hernández: “El hambre es el primero de los conocimientos“.

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Matando a Kipling y a Twain

En el mundo de la literatura hay grandes clásicos que suelen leerse en edades tiernas. Uno de ellos podría ser ‘El libro de la selva’ y otro ‘Las aventuras de Huckleberry Finn’.
Dos obras muy distintas pero universales, con personajes e historias que todas y todos conocemos. De hecho, hace pocos meses que se ha estrenado en los cines la última versión del libro de Rudyard Kipling.

¿Qué relaciona a este autor con el de la otra novela, Mark Twain? Pues ambos vivieron una situación muy extraña ante la que, cada uno a su manera, respondieron con un sentido del humor y una retranca digna de contarse.
En concreto, ambos fueron dados por muertos en sendos periódicos. No a ambos a la vez, sino a cada cual en un momento y una publicación distintas.
Cuando Twain descubrió su muerte en papel impreso, mandó un telegrama:

“Rumores de mi muerte muy exagerados.
Mark Twain”

La reacción de Kipling no fue menos ingeniosa. Por carta, indicó:

“Acabo de leer que estoy muerto. No se olvide de borrarme de su lista de suscriptores”.

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Sócrates no hubiera sido digital

Que conste que cuando ofrecemos nuestros servicios editoriales para crear y publicar libros, nosotros no rechazamos ningún soporte. Dicho de otro modo, que trabajamos en formato digital lo mismo que en papel.
Pero da igual. Aunque dejes claro desde un principio que apuestas por ambos formatos, la palabra ‘digital’ es como mentar la bicha. La frase no tarda en llegar: “A mí, donde esté el olor de un libro en papel, el poder tocarlo…”.
Sí, es esa especie de fetichismo del libro entendido como objeto de culto. Bueno, para gustos los colores.

SuperficialesGeneralizando con todo el entorno digital, hay también quien afirma que está cambiando nuestra forma de aprender y de pensar. Estos planteamientos los podéis encontrar en el libro ‘Superficiales’, obra de Nicholas Carr de recomendable lectura.
Estos debates sobre las nuevas tecnologías en el ámbito del conocimiento me suelen recordar a Sócrates (el libro anterior también menciona lo que os voy a contar).
Porque en la época de este filósofo clásico de la antigua Grecia se registró un debate que me resulta equiparable. Los más viejos del lugar eran de una tradición oral en la transmisión del conocimiento. Aprender algo a través de una lección escuchada de viva voz exigía un esfuerzo mayor y, según parece, daba unos resultados de aprendizaje y memoria superiores.
Cuentan que Sócrates era de los que rechazaba el invento de la escritura. Eso de poner los conocimientos en letras, pensaba el filósofo, iba contra la memoria y perjudicaba la sabiduría.
Conviene destacar aquí una paradoja: sabemos lo que Sócrates pensaba porque Platón lo recogió y nos lo dejó a las generaciones venideras, fíjate tú, ¡por escrito!
Yo me imagino ahora a Sócrates, si es que le tuviéramos en este presente que los vivos compartimos, aceptando la escritura pero despotricando de este nuevo invento de los libros digitales. Ya se sabe, porque no huelen cuando los abres, ni tienen ese tacto tan peculiar del papel…
Los avances en la tecnología son inexorables, amigas y amigos. Lo único que podemos decidir es qué hacemos con las nuevas herramientas que el ingenio humano nos facilita.
Queda dicho y queda escrito.

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