Coleccionista de relatos eróticos

Un hombre con capacidad económica y deseoso de relatos eróticos hizo llegar al escritor Henry Miller una petición para que le escribiera historias de contenido sexual, a lo que el autor norteamericano accedió. Estos relatos, que primero escribió únicamente él pero que con el tiempo también fueron escritos por un grupo de literatos entre los que se encontraba Anaïs Nin, eran muy bien pagados por ese enigmático hombre. Cuentan que recibían dólar por página, cantidad nada desdeñable para la época.

Miller y Nin.
El hombre fue exigiendo una creación literaria con un estilo cada vez más crudo, con “menos análisis, menos filosofía, menos poesía”, según recordaba después la propia Anaïs Nin. Descripción de actos físicos sexuales y menos florituras literarias.
Ella reconocía en uno de sus diarios:
Yo era la madame de una casa de prostitución literaria; la madame de un grupo de escritores hambrientos que producían relatos eróticos para vendérselos a un coleccionista.
Este nivel de exigencia acaba hartando a Henry, Anaïs y compañía y, renunciando a lo jugoso del pago que recibían por sus letras, en 1941 le envían una carta que pone fin a vinculación. Una carta que merece la pena recordarse:
Querido Coleccionista:
Le odiamos. El sexo pierde todo su poder y su magia cuando es explícito, rutinario, exagerado, cuando es una obsesión mecánica. Se convierte en un fastidio. Ud. nos ha enseñado más que nadie sobre el error de no mezclar sexo con emociones, apetitos, deseos, lujuria, fantasías, caprichos, vínculos personales, relaciones profundas que cambian su color, sabor, ritmo, intensidad.
No sabe lo que se pierde por su observación microscópica de la actividad sexual, excluyendo los aspectos que son el combustible que la enciende: intelectuales, imaginativos, románticos, emocionales. Esto es lo que le da al sexo su sorprendente textura, sus transformaciones sutiles, sus elementos afrodisíacos. Usted reduce su mundo de sensaciones, lo marchita, lo mata de hambre, lo desangra.
Si nutriera su vida sexual con toda la excitación y aventura que el amor inyecta a la sexualidad, sería el hombre más potente del mundo. La fuente del poder sexual es la curiosidad, la pasión. Usted está viendo extinguirse su llamita asfixiada. La monotonía es fatal para el sexo. Sin sentimientos, inventiva, disposición, no hay sorpresas en la cama: el sexo debe mezclarse con lágrimas, risas, palabras, promesas, escenas, velos, envidias, todos los componentes del miedo, viajes al extranjero, nuevos rostros, novelas, historia, sueños, fantasías, música, danza, opio, vino.
¿Sabe cuánto pierde por tener ese periscopio en la punta de su sexo, cuando podría gozar un harén de maravillas distintas y novedosas? No hay dos cabellos iguales, pero usted no nos permite perder palabras en la descripción del cabello; tampoco dos olores, pero si nos explayamos en esto, usted chilla: “¡Sáltense la poesía!”. No hay dos pieles con la misma textura y jamás la luz, temperatura o sombras son las mismas, nunca los mismos gestos, pues un amante, cuando está excitado por el amor verdadero, puede recorrer la gama de siglos de ciencia amorosa. ¡Qué variedad, qué cambios de edad, qué variaciones en la madurez y la inocencia, perversión y arte…!
Nos hemos sentado durante horas preguntándonos cómo es usted.
Si ha negado a sus sentidos seda, luz, color, olor, carácter, temperamento, debe estar ahora completamente marchito. Hay tantos sentidos menores fluyendo como afluentes al río del sexo, nutriéndola. Sólo la pulsación unánime del sexo y el corazón juntos pueden crear éxtasis.
Según parece, el coleccionista era Roy M. Johnson, un magnate del petróleo con imagen pública de ciudadano ejemplar, al que le salía el dinero por las orejas, pero que tenía un serio problema sexual. En un artículo de Diario 16 lo cuentan muy bien.
Algunos de estos relatos conforman la obra póstuma Delta de Venus.