LIBROS. Digital y papel

De poemas y falos

Escuché una vez en la universidad a una muchacha afirmar que no había más poesía que la poesía de amor. Y lo soltó así, sin anestesia ni nada. Me dispuse a contestar, pero en el último instante previo a articular palabra algo me animó a guardar silencio. “Total, ¿para qué?”, me dije.

Eso de que la poesía comienza y acaba en el amor es una idea que me ha repiqueteado siempre. Igual la muchacha universitaria tenía un concepto del amor muy amplio y entendía también por amor la lucha por el prójimo, por la justicia, así como el odio, la exaltación de la patria o las divagaciones surrealistas. Vaya usted a saber…

Y, ya puestos, quizá también para ella era amor eso a lo que suele darse tal nombre cuando, en realidad, queremos decir otra cosa.

Ejemplos de eso los hay a patadas, pero voy a traeros aquí dos: uno atribuido a Góngora y otro, sin ningún género de duda, del bueno de Miguel Hernández.

Empezamos con el más antiguo:

¿Hay quien me compra un juguete
que ni hiere, ni mata, ni pica, ni muerde?

Yo lo vendo por travieso
no porque a nadie ofende;
es alegre y juguetón,
y por las niñas se pierde.
Niñas, guardaos de enojalle,
que vive Dios que arremete,
y cuando estéis más seguras,
por vuestros postigos entre.
Que ni hiere, ni mata, ni pica, ni muerde.

Es alegre a todas horas,
y, amanece o no amanece,
hay vecinas que darían
cuanto tienen por tenedle,
porque le conocen ya,
y a fe que son más de siete
las noches que, por pecar,
ha amanecido a la muerte.
Que ni hiere, ni mata, ni pica, ni muerde.

Es su condición tan noble,
que cuando más furia tiene
las niñas juegan con el
al juego de esconderse;
a mí me daba Juanilla,
la esposa de Antón Llorente,
una hora de descanso
por un palmo de juguete.
Que ni hiere, ni mata, ni pica, ni muerde.

Y seguimos con el de Orihuela:

Perito en lunasA UN TIC-TAC, si bien sordo, recupero
la perpendicular morena de antes,
bisectora de cero sobre cero,
equivalentes ya, y equidistantes.
Clama en imperativo por su fuero,
con más cifras, si pocas, por instantes;
pero su situación, extrema en suma,
sin vértice de amor, holanda espuma.

Luis AlmarchaBueno, pues igual era verdad y toda la poesía es de amor. Incluso de amor onanista, como el del segundo poema. Acabo con un chascarrillo: el libro que contenía estos versos de Miguel Hernández cantando con alegría el autoerotismo fue publicado gracias a la financiación de un cura que llegaría a obispo de León, Luis Almarcha. Cosas que pasan.

 

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