Una lección para ‘Kid Cocinillas’
Las películas de romanos, esas que algunos veíais desde la fila de los mancos en sesión doble, nos han dejado el inconsciente lleno de lugares comunes sobre lo que fue aquel imperio. Sin ir más lejos, nos imaginamos que aquella buena gente de hace 2.000 años se pasaba los ratos comiendo sin conocimiento, entre bacanal y bacanal, parando lo justo para vomitar y hacer hueco. A lo loco. Con manjares de todo tipo, incluidos moluscos de la mar y de lamer. Epicúreos octavo dan.
La realidad no fue así. Dentro de la sociedad romana también estaban los estoicos, con el cordobés Séneca a la cabeza, quien, por ejemplo, en sus escritos no mostró demasiada simpatía por Marcus Gavius Apicius. ¿Que quién era Apicius? Este Apicius era un enamorado de los placeres de la cocina y figura como autor de uno de los libros más conocidos en ese mundo culinario: ‘De re coquinaria‘.
Este libro, sobre cuya autoría existen muchas zonas oscuras, parece ser que ha llegado a nuestros días con muchos retoques y a través de una recopilación del siglo V (Apicius y Séneca son del siglo I d.C.). Lo que sí parece claro es que Apicius fue una leyenda en vida en aquella Roma y que sus costumbres eran la comidilla de la capital latina.
Séneca, en su ‘Consolación a Helvia’, nos narra su final:
“Menos dichoso que vivió en nuestros días aquel Apicius que, en una ciudad de donde en otro tiempo se expulsaba a los filósofos como corruptores de la juventud, puso escuela de glotonería, infestando su siglo con vergonzosas doctrinas. Pero conviene referir su fin. Habiendo gastado en la cocina un millón de sestercios y disipado en comidas los regalos de los príncipes y la inmensa renta del Capitolio, agobiado de deudas, se vio obligado a examinar sus cuentas, y lo hizo por primera vez: calculó que solamente la quedaban diez millones de sestercios, y creyendo que vivir con diez millones de sestercios era vivir en extrema miseria, puso fin a su vida con el veneno. ¡Cuánto desorden el de aquel hombre para quien diez millones de sestercios eran la miseria! Considera ahora si es el estado de nuestro caudal y no el de nuestra alma el que importa para nuestra felicidad”.
Así que, ‘Kid Cocinillas’, por esta pequeña lección sobre historia de la cocina no te quiero cobrar mucho, malandrín, me basta con que me invites a una buena jamada. Que uno es muchas cosas, pero no estoico. Eso sí, nada de higadillos de erizo, bazos de ocelote… ni morros de nutria.