Gutenberg arruinado
Los historiadores señalan el inicio de la Edad Moderna en un par de hitos sucedidos durante el siglo XV: la llegada de las tres caravelas capitaneadas por Cristobal Colón a tierras americanas y la invención de la imprenta por parte de Johannes Guttenberg.
Al margen de las fechas concretas y de los constantes artículos e investigaciones que señalan que, ¡oh cielos!, la imprenta la inventó en realidad otra persona, resulta curioso repasar el periplo vital de Gutenberg en los años finales de su vida.
Podría pensarse en un primer momento que el alemán tuvo que ganar mucho dinero con su artilugio creado con unos 150 tipos móviles que usaba con una prensa de uvas modificada, pero no fue así.
Las mejores ideas pueden chocar con la contabilidad y eso fue lo que le pasó.
Gutenberg pidió un préstamo a un banquero llamado Johannes Fust para publicar el conocido como «Misal de Constanza», considerado primer libro tipográfico del mundo. La cosa, según cuentan, fue bien. El problema vino cuando se embarcó en la que sería conocida como «Biblia de Gutenberg», ya que no calculó bien el tiempo que le costaría dicha impresión de 150 biblias.
Antes de tener este proyecto finalizado, le faltó el dinero y tuvo que contar de nuevo con el banquero Fust, quien accedió a darle un nuevo préstamo a condición de entrar en sociedad con Guttenberg y meter a trabajar con él a su sobrino (otros dicen que era su yerno), llamado Peter Schöffer.
Pasados dos años, el impresor se vio en la necesidad de acudir por tercera vez a pedir dinero al banquero, pero Fust le dijo que nones. Además, conforme al impago de los dos anteriores préstamos, se quedó con el negocio, que gestionó su sobrino puesto que había aprendido el oficio.
De esta forma, Gutenberg no pudo acabar las biblias que llevan su nombre y se vio en la ruina.
Os podéis imaginar qué ocurrió con estos libros: las Biblias se vendieron de maravilla y a muy buen precio.
Según parece, el inventor no acabó en la calle, ya que fue acogido por el obispo de la ciudad, Maguncia.